viernes, 27 de junio de 2014

Comer en Bodegas - Finca Decero

Les voy a contar una historia...



Allá por agosto del 2012, y gracias a un paquete de fideos italianos De Cecco, empecé a hablar con la hermosa mujer que va a ser mi futura esposa. Ella me mandó una foto con el precio de la pasta italiana que se vendía en New York y yo, rascando monedas para tomarme el bondi, me babeaba con lo poco que costaba un paquete de fideos.

La cosa es que, charla va, charla viene, pusimos un día para encontrarnos.

"Yo armo una picada, vos traete el vino", dijo ella marcando así el camino y demostrando que las órdenes llevan vestido. ¡¿Y qué vino llevo?! Quizás crean fácil para mí, siendo un borracho vestido con el traje de "comunicador social de bebidas alcohólicas", pero no. Es fácil elegir el vino para el otro, pero nunca va a serlo para uno.

Me puse a ver el mueble lleno de botellas amontonadas y desordenadas la cava y opté por un Cabernet Sauvignon. Sabía que le gustaba esa cepa, así que lo mejor era ir con algo para demostrar "viste que te presté atención, viste! viste!?". Ahora, ¿cuál Cabernet Sauvignon llevaba?

De repende vi esa botella y todo me cerró. Decero Cabernet Sauvignon.


De cero.

Y así es como empezamos de cero...


Un año y medio después sería la Finca Decero nuestra segunda bodega a la que iríamos a visitar y, de paso ir a comer en Mendoza.

Me encanta hacer las cosas por amor. Amor a mí mismo, a mis gustos. No hablo del ego. Hablo de respetar lo que uno gusta al margen de la opinión de los demás. Me pasa cuando elijo vinos, lugares para comer, o lo que tenga que elegir. No voy ni contra ni a favor de la corriente. Voy como me siento libre. Decero, una bodega poco conocida estaba dentro de nuestros planes porque formaba parte de nuestro pasado, nuestro principio.

Había conocido a Marcos Fernández, enólogo de la bodega, unos años atrás. Desde un principio me gustaron sus vinos. Quizás por el lugar, quizás por las uvas, o quizás porque el enfoque de su creador era muy particular. Gracias Marcos. Gracias por lograr esos vinos.

Lo cierto es que tenía ganas de que Nana visitara la bodega. De casualidad la bodega es de capitales suizos, algo así como su familia paterna. La historia suizo-alemana la podés ver en la prolijidad, los detalles de la limpieza, el funcionamiento correcto cual relojería de alta gama, donde todo engranaje encaja justo con el diente de otro movimiento, para hacer que en conjunto funcione perfecto.

La gran diferencia: acá no hacen relojes sino que elaboran vinos. Y un argentino en una bodega suiza elaborando vinos logró lo que me imaginaba: vinos delicados.

Probamos todo y me voy a centrar en 3 vinos muy diferentes, pero todos con la delicadeza del sello de Marquitos. El Cabernet Sauvignon, que ni pica ni raspa como la mayoría de los representantes de la cepa, es un hermoso vino para disfrutar de cualquier momento, el Petit Verdot Pequeñas Producciones, un vino complejo, lleno, redondo, como un juego de poker donde te llegan las cartas y tenés una escalera real y ya sabés que ni un poker de ases va a moverte el piso. Y por último el blend que se llama Amano. Es uno de los blends que más me gusta, y lo tengo en mi podio con otros, que no son muchos. Si bien es un blend, lo cual le da potencia, también predomina la delicadeza. Como todo vino de alta gama tiene un precio que, a simple vista nos provoca cierta duda. Pero una vez que uno lo prueba se da cuenta: lo vale cada peso que cuesta. Porque una cosa es el costo, y otra el valor. Pero si uno se pone a pensar, hasta termina siendo barato comprarse este increíble vino y armar una cena en casa para un aniversario, que salir a comer afuera tomando cualquier vino común y corriente. Seguramente gastes más comiendo afuera que cocinando algo rico. Suma, que cocines algo rico suma más que cualquier restaurante.

Después de probar los vinos y charlar por casi dos horas entre las vides y las barricas nos fuimos a comer. A ver si puedo ubicarlos en el espacio. Acá no es "nos vamos a comer" como quien se sienta en una mesa y come. Acá tenés toda La Cordillera de Los Andes para vos. Ahí, entre la prolijidad de las hileras de uvas, un fondo que parece sacado de un salva pantallas.

La idea del maridaje no está pensada desde esa estructuración que se suele dar a la hora de comer en una bodega. Acá es más simple: te sirven los 3 vinos tintos clásicos de la bodega (Malbec, Syrah y Cabernet S.) y vos vas a ir tomando del que más te guste, o de los tres, en el orden que quieras seguir. Tenés por un lado un paisaje indescriptible, por otro una comida riquísima y en el medio vinos que te parten el cerebro. El orden de los factores, te aseguro, no altera el producto.

Si bien el menú va cambiando por temporadas puedo decir que el trío de texturas maíz, con una empanada de humita, una crème brûlée de maíz y una ensalada de maíz en vaso fue algo magnífico. Lo mismo que ese ojo de bife cocido perfecto con su chimichurri delineando la sonrisa del plato parecían salidos de una historia de amor entre mi paladar y la vaca. Composición, tema: la vaca, el ojo de bife jugoso y yo. Excelente presentación para la trucha rellena, opción ideal para quienes quieren evitar tanta carne roja y gustan más de estos simpáticos pececitos de alto contenido en omega 3.

Pero algo que me volvió completamente loco, algo que me hizo reconsiderar todos mis estándares de calidad, y no me esperaba para nada, fue el postre de helado de alfajor de maicena sobre un húmedo de chocolate (algo similar a un brownie). Por lejos (y lo voy a seguir diciendo por mucho tiempo) el mejor postre que disfruté en mi vida. Tenía ganas de gritar: HACEME TUYO POSTRE, HACEME TUYO!

Entra dentro de las cosas que el ser humano debería probar antes de morirse. La textura, la sensación fresca pero a la vez mantecosa, el sabor perfecto, y hasta el aroma, lograron hacerme sentir en una tarde de invierno comiendo alfajorcitos de maicena en casa de mi vieja, mientras tomaba la leche chocolatada, y creía que no había nada más en el mundo que una familia, el calor de casa, y ese alfajor...

Y vaya a saber cómo funciona la mente de uno que por una vez más, me volví a sentir un chico, siendo feliz, al lado de quien va a ser mi futura familia.

En el fondo repetimos esquemas, y nos queda a nosotros elegir cuales son los que vamos a perpetuar.

Un vino. Mi historia. Un recuerdo...





El Guerrillero Culinario


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