Abundan las miradas profesionales sobre los vinos. Sobran las degustaciones en hoteles (como el reciente Salón del Vino de Altura), vinotecas (como la anual de Bodega Bórbore) o restaurantes.
Sin embargo el público consumidor de vinos y espumantes (o sea, ustedes) está muy alejado de este entorno, de esta gran logia masónica formada por unos tantos (que parecen muchos y terminan siendo pocos) catadores y degustadores de bebidas en envase de tres cuarto litro. Este pequeño grupo que gira entorno a muchas degustaciones suele ser visto, desde afuera, como un conjunto seres sobrehumanos que dedican su vida al arduo trabajo de detectar los descriptores aromáticos.
Y de repente entra a ese mundo un pibe de barrio, un cocinero con alma de Rockstar fanático del Fernet con Coca Cola, las milanesas calzado 46 y los bodegones con aromas antiguos para contarles la verdad sobre el mito urbano de las degustaciones; confirmando que asistir a una degustación no tiene porqué ser un evento acartonado ni una charla exclusivamente técnica.
Quedó bien claro en la degustación de vinos de Bodega Gimenez Riili que se desarrolló en el restaurante Aldo's, a pasos de la casa rosada. Cualquiera podría sentirse intimidado por la cantidad de mozos, todos de punta-en-blanco, deslizándose por el salón de una decoración cuidada al extremo (dentro del estilo elegido) con un salón acorralado por centenares de botellas.
Sin embargo, más allá de toda esta puesta en escena, no dejamos de ser los mismos hijos, padres o amigos de cualquier otro sibarita fanático por llenarse la boca de vinos argentinos, y por qué no, extranjeros.
Varios me han preguntado como es esto de ir a una degustación, ¿qué se hace?, ¿qué se come?, ¿cómo se toman los vinos? y ¿de qué habla?
Y para sorpresa de la mayoría: hablamos lo mismo que habla la gente en una reunión en casa con amigos. Algo de fútbol, algo de política, algo de mujeres entre los varones de la mesa, algún que otro comentario sobre buenos vinos que probó cada uno y esa recomendación boca-en-boca tan apreciada por el rubro gastronómico y sí, también hablamos del vino que probamos.
El vino es el protagonista. Puede ser bueno o malo, excelente o pésimo, según la apreciación de cada uno. Sin embargo acá no sólo cuentan las notas de cata que muchos pensarán salen a relucir. Porque, como bien comentaba Joaquín Hidalgo: ¿de qué nos sirve expresar una opinión sobre un vino hablando de casís o grosellas silvestres europeas?
Sería injusto asignarle un valor al vino y rotularlo por cosas tan específicas como descriptores aromáticos que varían de paladar en paladar, de percepción en percepción, y dependen mucho de la historia personal vivida a la hora de disfrutar de cada sabor. Decir que un Syrah tiene aromas o sabores a cuero, higos, carnes de caza o vainilla, ¿nos aporta algo al momento de disfrutarlo?
El Perpetuum Premium Syrah 2008 Edición Especial que nos sirvieron podía tener muchos de esos aromas mezclados en su complejidad. Sin embargo la expresión general fue: "Que buen vino" o "La nariz de este vino es magnífica". Algo así como el Bambino Veira diría: "este vino era una tormenta de facha". La degustación, ante los ojos de muchos consumidores habituales de vinos, podría resultar simple, sencilla.
Esa sencillez con la que se expresan las sensaciones vividas al tomar un vino están muy dejadas de lado a la hora de escribir sobre estos elixires provenientes de tan hermoso fruto. Algo que nos pasa a la mayoría es tomar una botella y leer la etiqueta en su parte trasera con descriptores que no nos ayudan en mucho. Porque las confituras de bayas silvestres no me dicen nada a la hora de maridar un vino con una pasta casera, y a mi vieja mucho no le importa si, por ser del norte va a tener un toque picante. Prestarle excesiva atención a estos detalles para comunicarlos al público termina siendo contraproducente.
Algo similar me pasó con el segundo vino tinto degustado (y acá hago la salvedad diciendo "degustado" ya que no me considero un catador; mi experiencia pasa más por el momento y no por el conocimiento técnico del vino). El Malbec Gran Reserva 2007 de la bodega es un vino al que hay que saber prestarle una atención diferente a los demás. A simple vista el vino resultó cerrado en la boca, tal cual ustedes se imagina la definición de cerrado. Un vino al que le costó expresar el potencial. Ese tipo de vinos que tomás y sentís que le falta algo. Mi primer impresión fue esa.
Y como las primeras impresiones rara vez son acertadas, una vez en contacto con el oxígeno y el movimiento, el vino empezó a evolucionar en la misma copa para expresar todo lo que no pudo al principio para transformarse en un excelente vino. Y esto es algo que cualquier hijo de vecino puede hacer en casa. Porque degustar un vino está muy lejos de esas locuras de colegio secundario tomando alcohol barato en cantidades excesivas y a velocidad supersónica. La jarra loca ya fue.
La degustación es darse el tiempo para sentir, para saborear. No es necesario conocer cuanto tiempo estuvo en madera o la época específica en la que se cosechó la uva. Esos son datos que no le servirán de mucho a un público de consumo masivo si después servimos el vino en la copa y lo tragamos. Ese público puede aprender a sentir un vino sin la necesidad de caer en botellas de 100 o 200 pesos.
El vino no se traga. Se disfruta. Y para disfrutarlo necesitamos tiempo. Ese tiempo fue el factor primordial para sentir la evolución del Malbec, uno de esos vinos que, en la medida que la charla se hace cada vez más amena y entretenida, nos acompaña con nuevos sabores, aromas cambiados, al punto se sentir su variación maridada con cada nuevo momento que compartimos en la mesa. Y eso es lo que se hace en las degustaciones. Se prueban los vinos con tiempo y prestándole atención. Nada más que eso.
Sólo tenemos que aprender a disfrutar del momento en casa y lo único que nos hará falta para sentirnos en una degustación como esta, son los mozos, y que alguien ponga el vino.
Agradezco a Martina Salas Sabéz que me invitó a esta degustación de la Bodega Gimenez Riili por haber compartido semejantes vinos. Lástima que del Syrah no haya quedado nada disponible. Un vino para sorprender desde el inexperto hasta el más fanático.
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